LOS ENTRESIJOS DEL CASTILLO DE ARNEDO

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Dos tumbas árabes, suelo empedrado y un aljibe en estupendas condiciones, algunos de los tesoros históricos que alberga la fortaleza

Nuestros pies se encuentran en las faldas de este Castillo, que se consideraba de origen árabe, pero cuya cuna aún no se puede constatar. Mirando la fachada, la torre principal, cerramos los ojos y podemos imaginar, siglos atrás, el trasiego de esta edificación militar.
Tras ascender por 74 escalones de obra y algunos más ya en los andamios que dan acceso al interior, un cosquilleo recorre nuestro estómago. Estamos entrando en el Castillo de Arnedo, ese que muchos, la mayoría, solo hemos visto desde su exterior, llegando a la ciudad o caminando por las calles que hoy lo rodean. Nada más llegar, nuestros pies vuelven a pisar tierra, esta vez sedimentos que tras muchos siglos han ido tapando los tesoros históricos que nos ofrece. Ahora, caminamos por un suelo empedrado que sorprende por su buen estado, como lo están muchas calles antiguas de muchos pueblos de nuestro país, pero esta vez en nuestro castillo. Y la vista se nos va hacia una gran oquedad en la que confluyen varias vertientes del suelo para recoger el agua de lluvia: un aljibe de gran tamaño en perfecto estado de conservación, uno de los pilares de la supervivencia de quienes habitaron la fortaleza. La imaginación empieza a levantar el vuelo, mientras nuestros guías, afortunados nosotros, nos hablan de datos, pero también de conjeturas e hipótesis. Nos cuentan que las torres, lo que queda de ellas, nos muestran sus saeteras, aquellas por las que las flechas debían volar para defender el Castillo. Y que el acceso se realizaba a través de un arco, por el que ascendían hasta una de las fachadas. Para llegar al interior, debían cruzar un puente volado, aunque aquellos que iban a pie podían acceder también por una puerta anexa. Ahí nuestra mente hace un punto de inflexión, y casi podemos escuchar los cascos de los caballos sobre la madera, las voces de los guerreros, los soldados, siempre con prisas, quizá con algún mensaje importante que entregar a sus moradores.
Seguimos caminando y, tras observar brevemente una de las paredes del interior y la torre defensiva que más se conserva, maciza y cuya altura superaría a la actual, nuestra mirada no puede evitar fijarse en uno de los tesoros que han salido a la luz: una calle empedrada del Siglo XIX, época de sus últimos habitantes. Comenzamos a subir, pero contenemos la emoción para encontrarnos con más trocitos de historia a nuestra derecha. Y es que parte de la excavación nos muestra una distribución diferente al resto de la fortaleza de los siglos V o VI, símbolo de que fue habitada durante varios siglos por numerosas y variadas gentes.
Continuamos hacia el patio principal, pero nos detenemos de nuevo, la sala noble lo merece. Allí parte del muro antiguo es totalmente perceptible a la vista, y tras consolidarlo para que permanezca en el tiempo, un testigo nos lo recuerda. Recorremos con nuestros ojos la estancia y con la imaginación también, mientras David nos explica el estado de conservación de algunas escaleras y nos habla de la posible distribución de la sala, hogar incluido. Salimos de nuevo al maravilloso empedrado para llegar a otro habitáculo, curioso por la forma que guarda, ya que esta estancia termina en triángulo. Es probable que hiciera las veces de almacén, basándonos en las monedas, las vasijas y la munición de plomo que han encontrado en su interior.
De nuevo nuestros ojos hacen una panorámica, esta vez del patio, una extensa explanada donde quizá descansaran los soldados entre guardias nocturnas o días de dura supervivencia. Atravesamos ese espacio para llegar a uno de los momentos cumbres de nuestra visita: en la parte sur, queda visible una tumba, en apariencia similar a las encontradas en la necrópolis del Cerro de San Miguel, pero a sabiendas de que en este caso estamos ante un enterramiento árabe. La situación del cuerpo lo hace evidente: tumbado de perfil con las manos juntas en dirección a sus pies. De forma anexa se encontró otra tumba, en este caso infantil, también de posible origen árabe, y ambas del bajo Medievo. Hallazgos de gran importancia, dado que se trata del primer enterramiento musulmán encontrado en Arnedo. Una vez más, nuestra imaginación se pone en la piel del antiguo habitante, y nos damos cuenta de la dureza de la época, en la que no eran pocos los neonatos que fallecían por diversas causas, algo que estaba a la orden del día.
Pero volvemos al presente, y nuestra sonrisa vuelve a nuestros rostros. Y es que estamos ante una de las vistas más bonitas de la zona. Además de los Castillos de Quel o de Préjano, con los cuales el de Arnedo debía estar en constante contacto, observamos la belleza del valle del Cidacos, con sus huertas tradicionales, con la vega del río, con los árboles, y con Peña Isasa que vigila imponente sus tierras y a quienes la habitan.
Al descender, dejando marchar al grupo, echamos un último vistazo para guardar en nuestras memorias, privilegiadas por custodiar imágenes e información que pocos tienen la suerte de disfrutar de primera mano. Nos vamos recorriendo alrededor de la fortaleza el camino que nos lleva al punto de inicio, conscientes de lo que acabamos vivir, soñando con épocas pasadas, mirando hacia el cielo, hacia el Castillo de Arnedo, a la espera de que en un futuro, ciudadanos y visitantes puedan disfrutarlo tanto como nosotros. Y de nuevo nuestros pies descansan a las faldas de esta fortaleza, cuyos habitantes no imaginaban que Arnedo se convertiría en la Ciudad del Calzado, ése que ahora que pisa las piedras que aquellos depositaron con sus propias manos, permitiéndonos caminar cómodamente sobre un pedacito de nuestra propia historia.