Don Luis: El sacerdote que tejió parte de nuestra historia

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Por José Ángel Lalinde

Sorprende que, a estas alturas del siglo XXI, un cura sea el protagonista sentido y querido por el pueblo al que sirvió. Será por eso: porque sirvió, porque se entregó y porque no vivió para él, sino para las personas que tuvo encomendadas.

Don Luis María Cuevas vivió entre nosotros revestido de sotana porque hasta en su vestimenta quiso permanecer aferrado a la Iglesia de la que procedía y a la que se mantuvo esencialmente unido. La sotana fue desapareciendo como hábito clerical, pero con la suya no admitía bromas: lo consideró siempre como expresión de fidelidad. Lo importante en él no fueron las formas antiguas, sino la siempre nueva actitud de entrega, de generosidad, de laboriosidad, de cercanía, de sentido de su misión. Todo lo pasaba don Luis por el cedazo de la su vocación sacerdotal, de su condición de cristiano. Él siempre supo de quién se había fiado.

Nació en Autol, estudió en el seminario de Logroño y recibió su primer cometido en el pueblo camerano de Laguna de Cameros. Allí desarrolló una labor ímproba, acudiendo a todos los sectores de aquel ahora muy mermado pueblo. Estando ya destinado en Arnedo, atendió la parroquia de Santa María de Turruncún, pero fue en nuestra ciudad donde fue abarcando todos los campos pastorales de la parroquia. Nunca fue párroco, pero atendió todas las parcelas pastorales de la parroquia.

Recordar a don Luis es asociarlo a la Adoración Nocturna, al dinámico Club Isasa, verlo pendiente del cine de Don Eliseo, en el trabajo denodado en la Cáritas parroquial, cercano a los ancianos visitándolos y honrándolos con los múltiples festivales cuya mano meció, en la atención a los inmigrantes para los que buscaba y encontraba recursos o en el acompañamiento a las cofradías y a la asociación del Corazón de Jesús, desarrolló una intensa pastoral vocacional y organizó las más variadas excursiones. Don Luis fue la mano que dirigió el primer Orfeón Arnedano Celso Díaz. Su figura queda grabada junto a los auroros que honran a San Cosme y San Damián. Don Luis estaba presente en todos los ámbitos de la sociedad arnedana y fue muy destacada su presencia en los centros escolares impartiendo clases, dinamizando las navidades con villancicos, belenes vivientes o concursos de belenes entre los alumnos. Don Luis omnipresente e incansable.

El paso de este cura entre nosotros nos ha dejado, más que recuerdos, lecciones de vida. Los valores que él encarnaba no los enseñó solo con su palabra, sino con su propia vida. Dice el refrán español que “hay que predicar con el ejemplo”… y su vida fue un ejemplo. Quiso estar siempre cerca de todos y nunca hizo distinción ni acepción de personas en función de clase social, ideología política o credo. A todos aceptó, a todos sirvió, de todos se sintió responsable. Tenía muy interiorizado que “nada de lo humano me es ajeno” y que su paso entre nosotros tenía que ser y fue un “a Dios rogando y con el mazo dando”. Pero su mayor empeño fue guiarnos por la senda que, como reza el himno de los Santos, “nos lleve junto a Dios”.

No, no sorprende que estemos hablando de un cura, de este cura, a estas alturas del S.XXI porque se trata de alguien que penetró en las entrañas de Arnedo y de los arnedanos de siempre y de los arnedanos venidos de fuera.

Su compañero y hermano Tomás Ramírez escribió: “Pasó hace años el ‘poder’ de los curas en los pueblos y eso se lo agradecemos mucho a Dios. Porque sabemos que nos ordenamos para el servicio y no para el poder; para la fraternidad y no para la autoridad; para el silencio de la sal y la semilla y no para revolotear en la veleta de nuestros templos”. Estamos seguros de que la sal de don Luis sigue dando sabor a la comunidad parroquial y a toda la sociedad de Arnedo. Y estamos seguros de que las muchas semillas derramadas van dando fruto, unas, y otras darán mucho fruto en el futuro. Este cura, cuya muerte celebramos, fue ordenado para la fraternidad y no para la autoridad, pero ejerció la autoridad del que sirve y no revoloteó las veletas de nuestros templos, sino que pateó las calles buscando el encuentro y el acompañamiento.

La muerte de nuestro querido don Luis nos llegó serenamente al corazón y es ahí donde él vive entre nosotros… y lo hará por mucho tiempo. Gracias, muchas gracias, don Luis, regalo de Dios para los arnedanos, para la Iglesia.