Primera gran tarde de la Feria de San Mateo

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“Planteadito” y El Cid, encuentros para la prosperidad

Plaza de toros de La Ribera (Logroño), se lidiaron toros de Victorino Martín, bien presentados en su conjunto aunque de juego desigual. El 5º, de nombre “Planteadito”, número 24 fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre tras pedirle el indulto. Un tercio de entrada.
Curro Díaz, de rosa palo y oro, estocada (oreja); media estocada, tres descabellos (silencio).
El Cid, de azul noche y oro, estocada trasera, dos avisos (dos orejas); cuatro pinchazos, estocada que hace guardia, descabello (ovación).
Paco Ureña, de azul pavo y oro, cuatro pinchazos, estocada, tres descabellos, aviso (silencio); estocada baja (palmas).

 

Crónica de Jesús Rubio

Arrancaba la feria de San Mateo con el regreso de Victorino Martín tras tres años de ausencia. Y cumplió, de qué manera. “Planteadito” fue de esos toros que quedan marcados en la retina de los aficionados por los siglos de los siglos. Qué manera de embestir, de tomar los vuelos de la muleta con recorrido y transmisión en cada uno de los muletazos surcando con el hocico el albero logroñés. El Cid intentó estar a la altura de su antagonista, qué fue difícil, pero ahí estuvo. Profundidad, temple, hondura, naturalidad y ligazón en cada muletazo de una faena estructurada por ambos pitones que fue a más, como la petición de indulto que apunto estuvo de provocar un altercado de orden público en La Ribera. Atronadora. Casi absoluta, ya que el usía pareció ser el único presente que se opuso a lo que debió ser una realidad: el indulto. No le convenció el de Victorino, un toro que se vino arriba ante el castigo, bravo, encastado, con profundidad en sus embestidas y de largo recorrido. Una máquina de embestir; un toro de vacas, de los que marcan historia y engrandecen la fiesta. El Cid lo llevo hilvanado a la muleta, hasta el infinito y más allá, con la figura siempre encajada. Soñó él y soñamos nosotros. Idilio entre toro y torero que finalmente no tuvo el final que se merecía. Se lanzó a matar tras el segundo aviso. Ya era imposible convencer a quién se niega a ver la realidad. Estocada y dos orejas. Y vuelta al ruedo para el toro. Igual daban los trofeos; la gente seguía en un éxtasis de emociones, entre la felicidad y cabreo. En el quinto volvió a demostrar sus cualidades ante los de Albaserrada. En suerte le tocó un toro completamente distinto, exigente y complicado por ambos pitones. Vimos al Cid más lidiador que en ningún momento se escondió a pesar de tener la puerta grande en sus manos. Una faena de muchísimo mérito que se enfrió con los aceros. No anduvo en suerte con ellos. Saludó una ovación desde el tercio.

La terna la encabezó Curro Díaz que abrió plaza ante un buen toro de Victorino Martín, serio y con fijeza en sus embestidas. Una obra con poso y madurez. Díaz lo templó en los medios con series de bella estampa. Naturales de escándalo, a más. Fue el preámbulo a lo que se avecinó después, a lo sublime. Mató de buena estocada que de por sí valía una oreja. Paseó un trofeo. Otra historia fue su segundo, un toro manso y sin clase que buscó las tablas. Sin fijeza ni codicia en sus embestidas Curro Díaz optó por tomar los aceros. Silencio.
Imposible el lucimiento de Paco Ureña en ninguno de sus dos toros. Le tocó en suerte el lote más deslucido. Su primero fue un toro brusco, con derrotes como puñales en cada muletazo. Labor seria de Ureña que no anduvo con los aceros. En el sexto tampoco tuvo opciones ante un toro serio. Estuvo firme y se entregó manteniendo la figura. No había más. Estocada y silencio.
Ahí quedó la tarde, entre lo que fue y lo que debió ser. Dos nombres: “Planteadito y El Cid”. Y una faena sublime, de las que pasarán a los anales de la tauromaquia.