Urdiales y Aguado, clasicismo y triunfo

El riojano y el sevillano cortan dos orejas cada uno y salen por la puerta grande en la cuarta de San Mateo; El Juli pincha una gran faena que también le hubiese aupado al cielo de Logroño

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FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de la Ribera. Logroño. Feria de San Mateo. Cuarta de abono. Se lidiaron toro de Victorino Del Río, bien presentados. El 1º, parado; el 2º, de más a menos ; el 3º, manejable; el 4º, noble; el 5º, deslucido; y el 6º, soso y sin entrega. Tres cuartos de entrada.

El Juli, de nazareno y oro, media estocada, descabello (silencio); dos pinchazos, estocada (saludos).

Diego Urdiales, de azul noche y oro, estocada (dos orejas); estocada (silencio).

Pablo Aguado, de azul marino y oro. Estocada baja (dos orejas); media estocada, cuatro descabellos (silencio).

CRÓNICA

Por Jesús Rubio. Logroño

Se notó el efecto Aguado también en Logroño, que junto con Urdiales y El Juli dejaron la mejor entrada de lo que llevamos de feria. Tres cuartos largos. También volvieron a peregrinar muchos aficionados de La Rioja y alrededores fieles al riojano, que en esta plaza sigue imbatible. Era el único que hacía doblete, y regresaba con la espinita de que por cuestiones de reglamento no pudo salir a hombros el pasado sábado.

Largo fue el recibo de capote de Diego Urdiales a su primero toreando a la verónica. Tan largo como intenso. Crujió la Ribera desde dentro, desde donde se exprimen las emociones. Bonito lo recibió también con la muleta, desde el tercio, sacándoselo a los medios por ayudados por alto, rematados con una trinchera de cartel y un gran pase de pecho. El toro tenía ritmo, era noble, en el tercio de banderillas lo demostró. Urdiales lo fue metiendo en la muleta, con temple y mando, sin exigirle pero dominándole. Como pega, que le costaba en ocasiones tomar el engaño. Cumbre fue la serie por la derecha, superior cuando cogió la zurda, al natural. Faena armoniosa la del riojano que vino para volver a conquistar su plaza. Ver su toreo es sentir el toreo, el abismo que existe entre lo rutinario y lo que es de verdad. Que fácil se ve la diferencia con Urdiales, tan fiel siempre a lo que fue y a lo que representa el toreo. Los adornos y remates embellecieron una gran obra, cimentada desde la torería. Como un cañón se tiró a matar, hasta la empuñadura entró y las dos orejas seguidas cayeron, aunque el presidente anduvo algo despistando. Aun con la puerta grande descerrajada lo intentó en el cuarto, pero las nulas virtudes del toro le impidieron mayor lucimiento. El toro anduvo justo de fuerzas, y embistió a la defensiva y soltando en demasía la cara.

Aguado apareció en escena en tercer lugar. La gran revelación de la temporada. De la que todos hablan y a la que todos quieren ver. Feas y molestas fueron las primeras embestidas, inciertas muchas de ellas. Se le llegó a protestar. A más se vino en banderillas, fue cogiendo algo de ritmo. Aguado brindó al público, con la solemnidad de ese momento, calmado, reposado y con gusto. Algo debió verle. Con suavidad y delicadeza fue dominado al astado, aplicándole las dosis perfectas, en el toque y la velocidad. Le dio sus tiempos, entre series y muletazos. Hubo trazos sublimes, muy toreros. El preámbulo se sostuvo en eso, en trazos bonitos. En el toreo en redondo rompió la faena, y al natural crujió la Ribera. Dando el pecho, de uno en uno, a pies juntos, como si no importase el tiempo. Pablo Aguado era dueño de la escena, y de todos los que en el tendido nos encontrábamos. Impacientes por ver el siguiente, gozosos cuando lo ejecutaba. La estocada cayó arriba y tuvo efecto rápido. La petición fue unánime. Doble trofeo y puerta grande. Le brindó el sexto a El Juli, pero antes se lució en banderilla Iván García, que saludó. Con la franela fue imposible, broncas y ariscas las embestidas del Victoriano. Lo intentó por ambos pitones pero no alcanzó comunión. Falló con la espada y fue silenciado.

A punto estuvo el Juli de acompañarles por la puerta grande. Un Juli diferente apareció en escena en su seguro, más vertical y relajado que en el primero, aunque tenía la presión de no quedarse atrás. Salió a por todas y tiró de raza. Comenzó a estructurar la faena con la mano diestra, el mejor pitón del toro. Series ligadas, de trazo largo, poderosas, propias de su tauromaquia. También muy técnico, se notaban las dos tauromaquias. Supo manejar los terrenos, dominar la situación para hacerla suya. Por el izquierdo no cogió el mismo vuelo la faena, pero con inteligencia volvió a la diestra. Arrollador estuvo Julián, inteligente la faena que orquestó pero que con el fallo a estadas se quebró. Atronadora fue la ovación. Tenía la puerta grande. Abrió plaza con un primero soso y sin entrega, descastado y deslucido, al que le costó tomar los vuelos de la muleta. Lo intentó por ambos pitones, pero el de Victoriano Del Río se paró en demasía, y cuando tomaba los engaños lo había con brusquedad y sin clase. Pinchó hondo y con la cruceta acabó con el primer capítulo.

La tarde tenía nombre, era de Urdiales y Aguado, dos toreros con casi 20 años de diferencia en cuando alternativa pero con un sentimiento común, la pureza y el clasicismo. Era la tarde del arte.